viernes, 25 de diciembre de 2015
jueves, 24 de diciembre de 2015
Mensaje navideño de Monseñor Heriberto Bodeant
Mons. Bodeant: “En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nosotros conocemos el Amor de Dios”
Tomado de http://iglesiacatolica.org.uy/blog/mons-bodeant-en-jesucristo-verdadero-dios-y-verdadero-hombre-nosotros-conocemos-el-amor-de-dios/
En su mensaje para la Navidad, el Obispo de Melo, Mons.Heriberto Bodeant, recuerda que en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, descubrimos que Dios es Amor y en su rostro “contemplamos al Padre misericordioso que sale al encuentro de todos”.
El Obispo señala que “el Niño recostado en el pesebre comienza a descorrer el velo que nos impide conocer a Dios como es”. Precisa que “nuestra imagen de Dios muchas veces está distorsionada por nuestra manera humana –pecaminosa– de ver”. Mons. Bodeant explica, en este sentido, que “en lugar de un Dios de Amor, a veces vemos un dios de ira y violencia. En lugar de un Dios fiel en quien confiar, vemos a un ser arbitrario que decide caprichosamente nuestro destino. En lugar del Dios Santo, que nos llama a ser santos y nos santifica con su Gracia, vemos la figura de un déspota que impone leyes que nos parecen absurdas”.
“Pero el Hijo de Dios, que ‘por su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre’ (GS 22) descorre también otro velo”, asegura el Pastor. “La pesada cortina que nos impide ver el verdadero rostro del ser humano. Nuestros rostros de creaturas moldeadas por las manos amorosas del Padre. Nuestra vocación a participar de la vida misma de Dios como hijos suyos. La altísima dignidad de cada persona que viene a este mundo. El Niño envuelto en pañales “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (GS 22). Si en Cristo encontramos la verdad sobre Dios, también encontramos la verdad sobre nosotros mismos”.
Mons. Bodeant sostiene que “contemplando al Padre como Jesús nos lo manifiesta y contemplando al ser humano bajo la luz del misterio de Cristo, toma sentido nuestra vida y nuestra libertad”.
“El enigma del mal, la oscuridad del dolor y de la muerte, comienzan a retroceder ante la luz que brota del pesebre”, asevera el Obispo de Melo.
Al Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres
A tantos hermanos y amigos en el Uruguay y en el mundo…
“Un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). Imagen sencilla y humilde, si las hay. Un bebé que tiene por cuna un cajón lleno de pasto seco para la comida de los animales. Pero esa escena es una “señal”, como dice el ángel a los pastores. El que ha nacido es “un Salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). Es el “Emmanuel, Dios con nosotros” (Mt 1,23). Es Dios Hijo, la Palabra Eterna del Padre. El Verbo, que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
Con los ojos admirados de los pastores, contemplemos también nosotros al recién nacido. Es “Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos (…) que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre”, como confesamos en el Credo.
Cur Deus Homo? “¿Por qué Dios se hizo hombre? Se preguntaba hace casi mil años San Anselmo de Canterbury. “Por nosotros y por nuestra salvación” sigue respondiendo la fe de la Iglesia.
El Hijo de Dios se hizo hombre para salvarnos reconciliándonos con Dios.
En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre nosotros conocemos el Amor de Dios. Más aún, descubrimos que Dios es Amor. En el rostro de Jesús contemplamos al Padre misericordioso que sale al encuentro de todos.
El Niño recostado en el pesebre comienza a descorrer el velo que nos impide conocer a Dios como es. Nuestra imagen de Dios muchas veces está distorsionada por nuestra manera humana –pecaminosa– de ver. En lugar de un Dios de Amor, a veces vemos un dios de ira y violencia. En lugar de un Dios fiel en quien confiar, vemos a un ser arbitrario que decide caprichosamente nuestro destino. En lugar del Dios Santo, que nos llama a ser santos y nos santifica con su Gracia, vemos la figura de un déspota que impone leyes que nos parecen absurdas.
Jesucristo “que inició y completa nuestra fe” (Hb 12,2) nos ayuda a reencontrar la fe de los grandes creyentes. La fe de Abraham, confianza total en las promesas del Señor (Gén 15,6). La fe de María, feliz por haber creído en la plenitud de aquellas promesas (Lc 1,45). La fe de Pablo, que sabe en quién ha puesto su fe (2 Tim 1,12). Con ellos, y en especial en este Año de la Fe, renovemos nuestra confianza en el Dios Fiel a sus promesas, que nos ha enviado a su único Hijo, para que todo el que crea en Él tenga vida (Jn 10,10).
Pero el Hijo de Dios, que “por su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre” (GS 22) descorre también otro velo. La pesada cortina que nos impide ver el verdadero rostro del ser humano. Nuestros rostros de creaturas moldeadas por las manos amorosas del Padre. Nuestra vocación a participar de la vida misma de Dios como hijos suyos. La altísima dignidad de cada persona que viene a este mundo. El Niño envuelto en pañales “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (GS 22). Si en Cristo encontramos la verdad sobre Dios, también encontramos la verdad sobre nosotros mismos.
Es así como contemplando al Padre como Jesús nos lo manifiesta y contemplando al ser humano bajo la luz del misterio de Cristo, toma sentido nuestra vida y nuestra libertad. Bajo la luz apacible que brota del pesebre, descubrimos con pesar nuestras miserias. Nos estremecemos viendo hasta dónde hemos ultrajado la dignidad de los demás y la nuestra. El encuentro con la realidad hiriente del pecado en nuestra propia vida y en nuestra sociedad nos llama “a un sincero y constante acto de conversión” (PF 13).
El enigma del mal, la oscuridad del dolor y de la muerte, comienzan a retroceder ante la luz que brota del pesebre. Esa luz alcanza su intensidad mayor en la Pascua de Cristo, que con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hechos hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu Santo “¡Abba, Padre!” (cf. GS 22).
En esa fe y esa esperanza que nos anima, les deseo de todo corazón muy Feliz Navidad.
Con mi bendición,
+ Heriberto, Obispo de Melo
Tomado de http://iglesiacatolica.org.uy/blog/mons-bodeant-en-jesucristo-verdadero-dios-y-verdadero-hombre-nosotros-conocemos-el-amor-de-dios/
En su mensaje para la Navidad, el Obispo de Melo, Mons.Heriberto Bodeant, recuerda que en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, descubrimos que Dios es Amor y en su rostro “contemplamos al Padre misericordioso que sale al encuentro de todos”.
El Obispo señala que “el Niño recostado en el pesebre comienza a descorrer el velo que nos impide conocer a Dios como es”. Precisa que “nuestra imagen de Dios muchas veces está distorsionada por nuestra manera humana –pecaminosa– de ver”. Mons. Bodeant explica, en este sentido, que “en lugar de un Dios de Amor, a veces vemos un dios de ira y violencia. En lugar de un Dios fiel en quien confiar, vemos a un ser arbitrario que decide caprichosamente nuestro destino. En lugar del Dios Santo, que nos llama a ser santos y nos santifica con su Gracia, vemos la figura de un déspota que impone leyes que nos parecen absurdas”.
“Pero el Hijo de Dios, que ‘por su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre’ (GS 22) descorre también otro velo”, asegura el Pastor. “La pesada cortina que nos impide ver el verdadero rostro del ser humano. Nuestros rostros de creaturas moldeadas por las manos amorosas del Padre. Nuestra vocación a participar de la vida misma de Dios como hijos suyos. La altísima dignidad de cada persona que viene a este mundo. El Niño envuelto en pañales “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (GS 22). Si en Cristo encontramos la verdad sobre Dios, también encontramos la verdad sobre nosotros mismos”.
Mons. Bodeant sostiene que “contemplando al Padre como Jesús nos lo manifiesta y contemplando al ser humano bajo la luz del misterio de Cristo, toma sentido nuestra vida y nuestra libertad”.
“El enigma del mal, la oscuridad del dolor y de la muerte, comienzan a retroceder ante la luz que brota del pesebre”, asevera el Obispo de Melo.
Al Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres
A tantos hermanos y amigos en el Uruguay y en el mundo…
“Un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). Imagen sencilla y humilde, si las hay. Un bebé que tiene por cuna un cajón lleno de pasto seco para la comida de los animales. Pero esa escena es una “señal”, como dice el ángel a los pastores. El que ha nacido es “un Salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). Es el “Emmanuel, Dios con nosotros” (Mt 1,23). Es Dios Hijo, la Palabra Eterna del Padre. El Verbo, que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
Con los ojos admirados de los pastores, contemplemos también nosotros al recién nacido. Es “Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos (…) que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre”, como confesamos en el Credo.
Cur Deus Homo? “¿Por qué Dios se hizo hombre? Se preguntaba hace casi mil años San Anselmo de Canterbury. “Por nosotros y por nuestra salvación” sigue respondiendo la fe de la Iglesia.
El Hijo de Dios se hizo hombre para salvarnos reconciliándonos con Dios.
En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre nosotros conocemos el Amor de Dios. Más aún, descubrimos que Dios es Amor. En el rostro de Jesús contemplamos al Padre misericordioso que sale al encuentro de todos.
El Niño recostado en el pesebre comienza a descorrer el velo que nos impide conocer a Dios como es. Nuestra imagen de Dios muchas veces está distorsionada por nuestra manera humana –pecaminosa– de ver. En lugar de un Dios de Amor, a veces vemos un dios de ira y violencia. En lugar de un Dios fiel en quien confiar, vemos a un ser arbitrario que decide caprichosamente nuestro destino. En lugar del Dios Santo, que nos llama a ser santos y nos santifica con su Gracia, vemos la figura de un déspota que impone leyes que nos parecen absurdas.
Jesucristo “que inició y completa nuestra fe” (Hb 12,2) nos ayuda a reencontrar la fe de los grandes creyentes. La fe de Abraham, confianza total en las promesas del Señor (Gén 15,6). La fe de María, feliz por haber creído en la plenitud de aquellas promesas (Lc 1,45). La fe de Pablo, que sabe en quién ha puesto su fe (2 Tim 1,12). Con ellos, y en especial en este Año de la Fe, renovemos nuestra confianza en el Dios Fiel a sus promesas, que nos ha enviado a su único Hijo, para que todo el que crea en Él tenga vida (Jn 10,10).
Pero el Hijo de Dios, que “por su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre” (GS 22) descorre también otro velo. La pesada cortina que nos impide ver el verdadero rostro del ser humano. Nuestros rostros de creaturas moldeadas por las manos amorosas del Padre. Nuestra vocación a participar de la vida misma de Dios como hijos suyos. La altísima dignidad de cada persona que viene a este mundo. El Niño envuelto en pañales “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (GS 22). Si en Cristo encontramos la verdad sobre Dios, también encontramos la verdad sobre nosotros mismos.
Es así como contemplando al Padre como Jesús nos lo manifiesta y contemplando al ser humano bajo la luz del misterio de Cristo, toma sentido nuestra vida y nuestra libertad. Bajo la luz apacible que brota del pesebre, descubrimos con pesar nuestras miserias. Nos estremecemos viendo hasta dónde hemos ultrajado la dignidad de los demás y la nuestra. El encuentro con la realidad hiriente del pecado en nuestra propia vida y en nuestra sociedad nos llama “a un sincero y constante acto de conversión” (PF 13).
El enigma del mal, la oscuridad del dolor y de la muerte, comienzan a retroceder ante la luz que brota del pesebre. Esa luz alcanza su intensidad mayor en la Pascua de Cristo, que con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hechos hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu Santo “¡Abba, Padre!” (cf. GS 22).
En esa fe y esa esperanza que nos anima, les deseo de todo corazón muy Feliz Navidad.
Con mi bendición,
+ Heriberto, Obispo de Melo
lunes, 14 de diciembre de 2015
Año jubilar de la misericordia
La convocatoria de este Año Jubilar es la culminación, hoy, de este proceso de misericordia para el tercer milenio que se inició en el Paraíso. El Papa nos recuerda: Dios no se cansa de nosotros, ¡no se cansa! Y durante todos los siglos ha hecho lo mismo a pesar de mucha apostasía del pueblo. Y Él siempre vuelve porque es un Dios que espera desde aquella tarde en el paraíso terrenal. Adán salió del paraíso con dolor y con una promesa. Y Él es fiel a su promesa ya que no se puede negar a sí mismo. Es fiel. Es el Dios que nos espera, siempre.
El Jubileo se refiere a la gran puerta de la misericordia de Dios. El Señor no fuerza nunca la puerta: Él también pide permiso para entrar… «Mira, estoy de pie en la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». ¡Imaginemos el Señor que llama a la puerta de nuestro corazón!
En la carta que escribió para concretar aspectos de cómo vivir este año jubilar y que podemos leer aquí, dice:
«Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a:
hacer una breve peregrinación hacia la Puerta Santa (cualquiera de las abiertas en todo el mundo) como signo del deseo profundo de auténtica conversión;
unir este momento, ante todo, en el Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia;
acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración para mí y para las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo;
los enfermos y las personas mayores y solas, que no puedan salir de casa, será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de proximidad al Señor. Que reciban la comunión o participen en la santa misa a través de los medios de comunicación, así será para ellos la manera de obtener la indulgencia jubilar.
Para los presos, que experimentan la limitación de su libertad, el Jubileo será la ocasión para que todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad».
Y también nos recuerda que este año debemos vivir más intensamente las obras de misericordia, tanto las corporales como las espirituales: todo un programa para comprometer más nuestra vida en el trato con las personas que tenemos alrededor: padres, hijos, nietos, amigos, compañeros, vecinos… y con los que se encuentran en la periferia de su propia vida: solos, desamparados, con adicciones, presos, abandonados sin esperanza…
El Jubileo se refiere a la gran puerta de la misericordia de Dios. El Señor no fuerza nunca la puerta: Él también pide permiso para entrar… «Mira, estoy de pie en la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». ¡Imaginemos el Señor que llama a la puerta de nuestro corazón!
En la carta que escribió para concretar aspectos de cómo vivir este año jubilar y que podemos leer aquí, dice:
«Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a:
hacer una breve peregrinación hacia la Puerta Santa (cualquiera de las abiertas en todo el mundo) como signo del deseo profundo de auténtica conversión;
unir este momento, ante todo, en el Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia;
acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración para mí y para las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo;
los enfermos y las personas mayores y solas, que no puedan salir de casa, será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de proximidad al Señor. Que reciban la comunión o participen en la santa misa a través de los medios de comunicación, así será para ellos la manera de obtener la indulgencia jubilar.
Para los presos, que experimentan la limitación de su libertad, el Jubileo será la ocasión para que todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad».
Y también nos recuerda que este año debemos vivir más intensamente las obras de misericordia, tanto las corporales como las espirituales: todo un programa para comprometer más nuestra vida en el trato con las personas que tenemos alrededor: padres, hijos, nietos, amigos, compañeros, vecinos… y con los que se encuentran en la periferia de su propia vida: solos, desamparados, con adicciones, presos, abandonados sin esperanza…
jueves, 10 de diciembre de 2015
El año de la misericordia
EL PAPA FRANCISCO EXPLICA QUÉ SIGNIFICA EL AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA
2016 Año Santo de la Misericordia
Del 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción al 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo
Durante la celebración penitencial en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco, se refirió a la Iglesia como la casa que recibe a todos y a ninguno rechaza. Este viernes por la tarde, rodeado de cientos de fieles que lo acompañaron también durante el segundo aniversario de su Pontificado, el Obispo de Roma recordó que las puertas de la Iglesia “permanecen abiertas, para que quienes son tocados por la gracia, puedan encontrar la certeza de su perdón”.
El Papa Francisco contó que piensa frecuentemente en cómo la Iglesia puede hacer más evidente “su misión de ser testigo de su misericordia”, un camino -aseguró- que comienza con una conversión espiritual, y en este sentido anunció un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. “Será un Año Santo de la Misericordia”, puntualizó. Así este Año Santo, organizado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, comenzará la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y finalizará el 20 de noviembre de 2016.
El Santo Padre se mostró además convencido de que “toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer más fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consolación a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo”.
El Papa Francisco explicó que “celebrar un Jubileo de la Misericordia significa poner en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades el contenido esencial del Evangelio: Jesucristo. Él es la Misericordia hecha carne, que hace visible para nosotros el gran Amor de Dios.
Se trata pues de una ocasión única para experimentar en nuestra vida el perdón de Dios, su presencia y su cercanía, especialmente en los momentos de mayor necesidad. Además, significa aprender que el perdón y la misericordia es lo que más desea Dios, y lo que más necesita el mundo”.
2016 Año Santo de la Misericordia
Del 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción al 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo
Durante la celebración penitencial en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco, se refirió a la Iglesia como la casa que recibe a todos y a ninguno rechaza. Este viernes por la tarde, rodeado de cientos de fieles que lo acompañaron también durante el segundo aniversario de su Pontificado, el Obispo de Roma recordó que las puertas de la Iglesia “permanecen abiertas, para que quienes son tocados por la gracia, puedan encontrar la certeza de su perdón”.
El Papa Francisco contó que piensa frecuentemente en cómo la Iglesia puede hacer más evidente “su misión de ser testigo de su misericordia”, un camino -aseguró- que comienza con una conversión espiritual, y en este sentido anunció un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. “Será un Año Santo de la Misericordia”, puntualizó. Así este Año Santo, organizado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, comenzará la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y finalizará el 20 de noviembre de 2016.
El Santo Padre se mostró además convencido de que “toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer más fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consolación a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo”.
Se trata pues de una ocasión única para experimentar en nuestra vida el perdón de Dios, su presencia y su cercanía, especialmente en los momentos de mayor necesidad. Además, significa aprender que el perdón y la misericordia es lo que más desea Dios, y lo que más necesita el mundo”.
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